lunes, 21 de enero de 2008

De ensaladas

Para A.P.V. (que lee mis cuentos)


El martes, le dije a mi tía Trinidad que colocara menos cebolla en las ensaladas. El problema es que somos nuevas en el negocio y poco sabemos de cocina. Claro, todas mis amistades se preguntan cómo es que terminé cortando tomates y preparando vinagretas. Pero ya saben, una se hace la loca y cambia el tema. El “¿cómo está tu marido?” siempre funciona para estos casos. A las mujeres les encanta hablar de ellas y sus problemas. A mí no me gusta contar por qué ahora vendo ensaladas.

Mi tía abuela, Trinidad, es quien me ayuda. Parte de la ganancia es para ella y su gata. Todas las mañanas, bien tempranito, paso recogiendo las ensaladas por su casa para llevarlas luego al cementerio. Sí, al cementerio. No sólo ahora vendo ensaladas, sino que además lo hago en un cementerio. Por lo menos es el del Este, lo que le da caché al asunto.

Desde que estoy en el negocio, he aprendido muchas cosas del ser humano y de los vegetales. Me quedo con los últimos, si les soy sincera. Descubrí que la caprese es la más solicitada cuando se vela a un difunto adinerado. Y que estos mueren con frecuencia los días lunes. Por lo que el domingo, Andrés me lleva queso mozzarella bien fresco.

Andrés es un primo tercero o cuarto que tiene una hacienda en Yaracuy. Hace algunos meses, nos encontramos en el cementerio. Confesó no haberme reconocido detrás del mostrador. Teníamos, por lo menos, 10 años sin vernos. Comentó que velaba a un vecino. Un señor mayor que lo había ayudado con sus asuntos legales y que ahora le dejaba tres búfalas de herencia. Andrés poco sabía de búfalos, salvo que habitaban en lugares pantanosos o lagunas, y que además eran bien feos. Ese día, se servía ensalada caprese, era lunes y el fallecido uno de los abogados más enriquecidos de la capital. Recordé, de pronto, que la mozarrella se fabricaba con leche de búfala. Así que Andrés y yo hicimos negocios.

Con las ensaladas me va bien. Por lo menos resuelvo y ayudo a la tía. Englantina, mi mejor amiga, fue quien me consiguió el trabajo. Su nuevo marido es el dueño del cementerio y hacía un tiempo que no encontraban buen personal para este servicio. Es un trabajo tranquilo. No hay mucho ruido y la gente, casi siempre, da las gracias. Nunca discuten, ni hacen reclamos. Tampoco me preocupo por la cobranza o las ventas de unidades; ya que los alimentos son parte del servicio que presta el cementerio a sus usuarios. Así que, aún cuando no se venda ni una sola ensalada, siempre obtengo ganancias. Muchos quisieran tener trabajos como el mío.

Hay días mejores que otros. Todo varía según los difuntos. Si sus familias son numerosas, si la muerte fue trágica o falleció joven, si tenía muchos amigos, si el velorio es de día o de noche. En fin, con los muertos una nunca sabe. Sin embargo, procuro observar con detalle lo que ocurre en los funerales, desde el duelo hasta cómo se hacen negocios en los pasillos. Busco siempre ofrecer lo mejor. Es bueno llenarle el estómago a los dolidos, siempre que se pueda.

Por eso, pedí a mi tía Trinidad que dejara de colocarle tanta cebolla a las ensaladas. No es que tenga algo en contra del noble vegetal, sino que puede resultar bastante perturbador ofrecer cebolla en los velorios. Allí la gente se habla de cerca y reparte numerosos besos. Podrán imaginar el desastre que causo, cada miércoles, con mis ensaladas apestosas a cebolla. Además, cada vez que la Tía Trinidad pela cebolla, le da por llorar. Y eso de bañar en lágrimas la comida de funeral es como ser redundante. ¿No creen?