miércoles, 16 de abril de 2008

AHORA EL TUBO ES DE TODAS

Esta croniquita que realicé saldrá publicada
en Revista Ojo (Revista de corte juvenil/universitario)
en su primera edición de mayo
en la sección Espejito



La belleza corporal siempre es tema y anhelo. Tonificar, fortalecer o adelgazar son palabras de moda y cada día nacen técnicas para lograr cuerpecitos esculturales. Bailar en el tubo es una de ellas y se está convirtiendo en la más popular. Incluso Oprah Winfrey sintió curiosidad y dedicó un programa entero a este fenómeno. Sin ir muy lejos, en Caracas, se inauguró una de las primeras academias de pole dance y fuimos a visitarla.



Ahí estaba la señora de cincuenta y dele, la “doña”, frente a la puerta del local; estática; leyendo los anuncios del portón como quien no quiere la cosa. Seguramente imaginándose forrada en diminuta ropa interior, meneando el cuerpo a lo Demi Moore.
—Señora, ¿va a pasar al salón de baile? —pregunté.
—¿Yo? —dijo con la mano en el pecho.
—Sí, usted. ¿Va a pasar a las clases?
—No, no, no, no —respondió la señora enérgicamente, mientras movía la cabeza—. Yo estoy apenas leyendo, aquí, esto que dice “clases de yoga”, ¿ve? Me han dicho que el yoga es buenísimo.
—Sí, parece que sí. Bueno, si no va a pasar… ¿me da un permisito?
—Ah, ¿tú sí estás en las clases del baile?
—¿Del baile?
—Sí, sí. Las del tubo.
—No —dije sonriendo—, yo estoy aquí cubriendo una pauta para una revista.
—¿Para una revista?, ¿cuál revista?
—Revista Ojo.
—¿Ojo?
—Ojo... Es nueva, sale en mayo.
—¡Ay, eso es ya! ¿Y van a sacar información de las clases?
—¿Las de yoga?
—No, las del tubo.
—Claro. El pole dance es lo que nos interesa. Lo demás se puede conseguir en sitios especializados. No digo que el yoga aquí sea malo, sino que la especialidad del sitio es el pole dance: el baile del tubo, pues. Ahí lo dice, ¿ve? —dije señalando el portón del local, que estaba repleto de grandes mensajes como “Pole dance una nueva técnica para seducir a tu pareja y tonificar tus músculos”; “Trepa, gatea, baila, diviértete sensualmente y ejercítate a la vez”; “Aprende más sobre ti: baila, sedúcelo, disfruta y ejercítate”; y “Disfruta la experiencia. Planes y horarios a su medida”. Sin embargo, en una esquina se asomaba el pequeño mensaje que decía “yoga, pilates, bailoterapia”.
—Sí, sí. Tienes razón. Bueno, yo como que voy a pasar contigo; sólo para ver cómo es. Además, tengo muchas cosas que hacer en la tarde. La casa se me llena a la hora del almuerzo y bueno… —dijo disimulando.
—Ah, bueno— dije mientras entrábamos juntas.
La clase había comenzado; creí reconocer a la instructora, Joy –conversamos previamente por teléfono; quedó encantaba con la idea de la entrevista–. Ésta se encontraba encima de una tarima pequeña, donde habían colocado verticalmente –en el centro– un tubo dorado que llegaba al techo. La mujer lucía una figura despampanante: piernas fuertes; abdomen envidiable; glúteos levantados; senos posiblemente operados y brazos al mejor estilo Madonna. Conclusión: la tipa estaba buenísima; sin duda era la profesora.
En el resto del salón, otras chicas de distintas contexturas, tamaños, colores y clases sociales hacían posesión de los tubos restantes. La fotógrafa, a mi lado, estaba fascinada con el cuadro: “Me siento con mucha ropa”, comentó entre risas. Joy anunció que iniciarían con el estiramiento acostumbrado. “Aint no sunshine when she is gone” versionada en bossa-nova sonaba al fondo. Las mujeres estiraban sus brazos y movían sus hombros y la espalda.
El local era bastante oscuro, la puerta de vidrio estaba rotulada en rosado y colmada de mensajes persuasivos. Al entrar nos recibe una joven recepcionista detrás de su pequeño escritorio; sobre éste reposa la imagen de una virgen. En la pared se encuentran guindadas máscaras para la venta. “Los precios varían: hay antifaces más caros que otros. Los llevan mucho para las despedidas de soltera o soltero”, comenta Marilis, la recepcionista. Una pequeña perrita gris de lazos rosados en las orejas se pasea por el salón. Ocho tubos llenan el local. Un espejo de fondo es testigo de los atrevidos movimientos junto a las paredes coloreadas en rosa oscuro.
Luego del estiramiento, empiezan los ejercicios de danza árabe, junto con la utilización del tubo. Joy explica que allí es cuando comienza a aflorar la sensualidad. A esas alturas de la clase, todavía la “señora del yoga” me acompañaba como espectadora; no hacía comentarios, observaba silente, como apuntando datos.
Joy lleva tres años impartiendo clases. Comenzó enseñando desde su casa. “Me han dicho de todo: que tengo una escuela de prostitutas y que soy una de ellas; poco me importa. A mí me encanta lo que hago”, explica serenamente. Su interés por el baile del tubo comenzó la noche en la que Joy acompañó a sus amigos a un bar de striptease y se quedó prendada del cuerpo tonificado de las chicas. Más tarde, aprendió más sobre el tema gracias a una prima que vivía en Londres y tomaba clases de pole dance. “En Inglaterra, Argentina y EE.UU. existen numerosos gimnasios especializados en pole dance; aquí estamos muy atrasados. El baile del tubo es un deporte de modalidad fitness; implica el endurecimiento de los músculos y su coordinación. Yo tengo 39 años y luzco un cuerpo envidiable. Basta con tener las ganas de aprender. Cualquiera puede trepar y hacer piruetas sensuales”.
Luego de las breves instrucciones de su prima, Joy decidió especializarse: contrató a una stripper profesional para que le diera clases particulares de danza, striptease, movimientos en el piso, gateo, utilización de las paredes y marcos de las puertas. “Existen muchos tabúes en nuestra sociedad; sin embargo, numerosas mujeres se acercan al centro comercial sólo para observar las clases. Me instalé aquí, en el Cafetal, precisamente por eso; además puedo brindarles seguridad y comodidad a mis alumnas. La receptividad ha sido mayor de la que esperaba, las clases se encuentran todas llenas; tuvimos que abrir nuevos horarios y entrenar a más profesoras. Todo se debe al aumento de autoestima, a la seguridad en sí mismas. Muchos son los esposos que se han acercado para darme las gracias. El pole dance no sólo mejora la condición física de cualquier mujer, sino que la invita a sensualizarse”, expone Joy.
Culminó la sesión árabe. Era el turno del reggaetón. La clase adquirió otro tono: ocho mujeres estaban en el suelo; en cuatro; haciendo movimientos insinuantes: gateando, subiendo y bajando el pecho y/o la cintura. La atenta “señora del yoga” levantaba las cejas como quien concluye que la sensualidad latina no tiene nada que envidiarle a la del Medio Oriente. Ciertamente, el calentamiento previo era justo y necesario en ese momento: los glúteos se batían contra el tubo; las piernas trepaban para luego deslizarse, boca abajo, provocativas; el sudor es protagonista; los bustos parecían moverse con voluntad propia; las caderas giraban veloces, apoyadas en el metal; y los músculos se batían con rapidez. Joy exigió a sus alumnas que dejasen las trampas a un lado y mantuvieran su resistencia física, les pidió sensualidad mientras hacían los ejercicios. Era la conjugación entre cabaret y gimnasio.
Cuando Wisin y Yandel marcaban el ritmo de los ejercicios y las chicas recostaban el pecho al tubo, entró otra señora, de unos cuarenta y tantos. Al ver lo avanzada que se encontraba la clase y notar la presencia de una fotógrafa y una periodista, preguntó apenada –mirando de reojo los ejercicios– por los montos de las clases de yoga y de las de bailoterapia. Después de obtener respuesta, observa tranquila, en silencio, junto a la primera señora del yoga. Comentan en voz baja, de oído a oído.. “Dale sin miedo, hasta que se rompa el suelo. Y dale sin miedo” era el soundtrack de fondo. “Aquí hay de todo: desde señoras de sesenta años hasta jovencitas de quince; también las hay gorditas o flaquitas”, explica Joy.
Habría que preguntarse si el yoga es el anzuelo que nos lleva a bailar en el tubo. Total, todos necesitamos alguna excusa para atrevernos a bailar por primera vez. Todo en beneficio del cuerpo y la sensualidad.